¿Qué diferencia hay entre un vendedor y un político? A primera
vista parecería que hay poca, sin embargo, la diferencia es abismal. Un
vendedor vende un producto o un servicio que se adapta a la necesidad de un
cliente y en el caso más extremo, le crea esa necesidad. Frente a una nueva
necesidad, el cliente descubrirá algo que creía no necesitar y pueden darse dos
consecuencias: a partir de ese momento se le hace necesario o bien descubre –
en el espacio de mayor o menor tiempo – que realmente no lo necesitaba. En este
último caso, lo peor que puede ocurrir es que el cliente haya malgastado algo
de su dinero.
Un político vende un proyecto, una idea o un sueño intentando
que se adapte a las necesidades de la mayoría de su clientela y en el caso más
extremo, le crea esa necesidad. Frente a un proyecto, el público descubrirá
algo que creía no necesitar y pueden darse dos consecuencias: a partir de ese
momento se le hace necesario y el político tendrá que mantener el sueño vivo, o
bien descubre – en el espacio de mayor o menor tiempo – que el proyecto no se
ajusta a sus necesidades. En este último caso, lo peor que puede ocurrir es que
el político se quede sin público al cual pueda seducir. A diferencia del
vendedor – que puede no volver a tomar contacto con el cliente, o a lo sumo,
recibir algún que otro reclamo aislado y seguir renovando su cartera de
prospectos -, el político ya no puede deshacerse del público que no se deja
influenciar por su proyecto, deberá convivir con ellos e ir adaptando su
discurso o su estrategia para llegar adonde quiere llegar.
Tal vez alguno piense que al mencionar a un político, estoy
hablando sobre los líderes actuales o futuros de una nación. En realidad, no.
Estoy pensando en los directivos y dueños de empresas que hacen política desde
el primer momento que sueñan con un proyecto y comienzan a llevarlo a cabo.
Perfectamente el párrafo anterior podría renombrarse y leer en vez de ‘político’
/ ‘director’; y en vez de ‘público’ / ‘cliente interno’. Quien le da vida a un
proyecto, lo crea y no puede hacerlo solo, necesitará de un equipo de trabajo
que lo acompañe y comprenda hacia dónde van. Para eso venderá la idea,
involucrará a sus colaboradores en el proyecto y los seducirá con la intención
de hacerlos partícipes activos del plan de trabajo. Seleccionar al equipo es
clave. Debe haber concordancia, proximidad de objetivos y un lineamiento claro
de los beneficios que cada uno obtendrá. La situación ideal sería involucrar a
todos y cada uno de los participantes. El alcance del proyecto debería
atravesar a todos los integrantes desde la punta hasta la base de la pirámide.
Si alguna franja queda alejada, relegada o simplemente ignorada; el deseado resultado
final se irá alejando también y hasta puede llegar a escurrirse de las manos
como fina arena.
Cuando veo empresas que por alguna razón, han perdido el eje
del proyecto inicial, me pregunto cómo se sentirá el creador de ese sueño y que
solo debe estar. Es probable que quiera olvidar aquel motor inicial que impulsó
el primer aliento, intentando acallar la impotencia o la desazón. Incluso puede
ocurrir que ni siquiera ponga fin a lo que puso en marcha y que simplemente lo
deje transcurrir, con la intención de mantener los puestos de trabajo creados.
Y aunque la responsabilidad empresarial no es poca cosa frente a circunstancias
como estas, su público sigue esperando más.
Otros simplemente mudan su sueño hacia otro proyecto,
aprendiendo de la experiencia anterior, modificando lo que creen que deben
modificar y muchas veces tienen éxito. Pero todo lo que siga con pulso debería tener
calidad de vida. ¡No bajen los brazos! Escuchen otras voces, involúcrense
aunque duela y vuelvan a intentarlo. Quizás encuentren público nuevo que ansía
una renovación de políticas y está dispuesto a ayudar. Con todo lo aprendido,
es muy posible que logren revertir la situación y revivir el proyecto. ¿Por qué
no?...
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