martes, 5 de noviembre de 2013

LA PALABRA EN ACCIÓN















Cierta mañana me acerqué a la cocina de la empresa donde trabajaba para prepararme uno de los tantos cafecitos matinales, y encontré a mi grupo de vendedoras reunidas en círculo frente a un paño exhibidor de fina bijouterie. Había llegado una vendedora para ofrecer sus productos y el grupo de mujeres examinaba cada uno de los accesorios, inclinadas hacia ellos, para verlos de cerca, pero sin involucrarse del todo, ya que no los tocaban. Me quedé observando la escena a cierta distancia, mientras preparaba el cortado y escuchaba el speech de ventas. En la otra punta de la cocina se encontraba la vendedora, alejada físicamente de sus clientas. Ellas, a su vez, se concentraban sobre la pequeña mesa donde se apoyaba el exhibidor.

Las mujeres examinaban, escuchaban las condiciones de pago y pensaban. ¿Qué pensarían? Estábamos a mediados de un período de producción, con lo cual, tal vez aún no supieran a cuánto ascendería su remuneración mensual establecida en gran parte por su producción de ventas. Por otra parte, y como nos ocurre a todos, estarían evaluando los gastos conocidos y los inmediatos que deberían afrontar aún en el mes analizando si podrían o no realizar aquella compra. La propuesta era tentadora, la bijouterie era de buena calidad, contaba con garantía de producto y facilidades de pago pero… no era una necesidad básica. A su vez las mujeres solemos comportarnos de manera culposa frente a este tipo de compras, ya que siempre habrá algo más importante, más básico, más necesario o simplemente secundario pero más prioritario para un tercero – hija, nieto, esposo, etc -, que para nosotras mismas. Sin embargo, trabajamos duro durante todo el mes como para no permitirnos algún gusto personal, además, una vendedora en actividad debe verse y sentirse bien…

Mientras estaban sumergidas en estos pensamientos, la vendedora que ya había dado las alternativas de pago - que aunque flexibles y accesibles, aún no terminaban de convencer a su auditorio -, luego de hacer una pausa relativamente prolongada lanzó: ‘Si alguna tiene un antojo, me avisa’. De inmediato, todas y cada una de aquellas mujeres tomaron en sus manos una de las joyas para probarlas, alguna elegía un anillo, otra una pulsera, otra un colgante. 

Café en mano, subí a mi oficina, pensando que la situación me venía como anillo al dedo para la próxima reunión de ventas donde tenía pensado conversar sobre los deseos en acción. A los pocos minutos comenzaron a desfilar cada una de mis vendedoras mostrándome lo que habían adquirido. ‘¿No es lindo?’ ‘¿Cómo me queda?’ Ninguna se había quedado sin comprar y a su paso, iban invitando a otras a que se acercaran a la cocina, anticipando que no se perdieran esos preciosos artículos a precios muy razonables y con facilidades de pago. Aquella vendedora no dejó títere con cabeza, nos vendió a todas. Por supuesto, yo también compré, ¿qué otra cosa podía hacer frente a una vendedora profesional?

Me acerqué al salón de ventas y le pregunté a mi equipo si habían logrado detectar cuál había sido ‘la palabra en acción’ que detonó la decisión de compra. Comenzaron a sonar ideas confusas: promoción, planes de pago, garantía, etc. Realmente estaban muy desorientadas. A una de ellas se le ocurrió preguntarle a la vendedora estrella qué palabra había dicho con tanta animosidad para inducirlas – precisamente a aquellas especialistas en ventas – a realizar la compra. Para sorpresa de todos, la vendedora también balbuceaba palabras al azar. No tenía idea cuál podría ser aquella palabra que las invitaba a descubrir. Evidentemente era una vendedora innata, una de aquellas vendedoras que todos los gerentes de ventas quisieran tener en sus filas.

Durante el resto de la semana fui dando pistas que acercaran al hallazgo de la palabra. Finalmente, para la reunión programada sobre los deseos en acción, la bendita incógnita fue descubierta. La palabra que había aterrizado en el imaginario de sus clientas en el momento preciso para ayudarlas a tomar la decisión era: ‘antojo’. Sin embargo, las dos vendedoras que la descubrieron, admitieron que la habían sacado a partir de las pistas y si tenían que ser completamente sinceras, no la habían escuchado.


Así funciona la palabra en acción.



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