Hace
aproximadamente tres años, una empresa solicitó que hiciera un diagnóstico del
área de ventas que venía en vertiginoso descenso. En principio había
planificado organizar reuniones con el jefe de ventas y con cada uno de sus
vendedores, pero cambié los planes después del primer encuentro. El coordinador
del grupo no tenía formación profesional y ante el desastre comercial, se había
sumergido en terreno administrativo para tapar falencias y allí quedó atrapado.
Mi inesperada presencia logró sacudirlo un poco y lo puso en alerta, pero ante
la falta de herramientas con las que contaba y como la empresa no había
solicitado un seguimiento de contención posterior -simplemente quería una
opinión externa y algunas ideas nuevas- alcanzó con una reunión. Preparé el
informe y elevé varias propuestas de gestión comercial. Cuando el directivo las
leyó, preguntó: ‘¿Y quién va a hacer esto?’.
Dos años
después, la misma empresa me contrataba para hacerme cargo de aquel equipo de
ventas. Cuando pedí los informes de producción del último tiempo, descubro que
todo seguía igual. La producción estaba estancada y decrecía desde hacía cinco
años. Pregunté asombrada cómo les había ido con las propuestas de mi informe y
respondieron: ‘El jefe de ventas no pudo hacerlo’. En esta oportunidad el
pedido se centraba en que intentara romper todo esquema anticuado u obsoleto e
implementara nuevas estrategias de gestión.
Durante el
primer trimestre me concentré en conocer a cada uno de mis nuevos vendedores y
analizar el esquema que tenían encarnado desde hacía diez años y que en los
últimos cinco, estaba funcionando mal. El modelo de trabajo tenía la impronta
de su antiguo jefe, era un esquema administrativo y habían perdido el eje
comercial. Mantuve en vigencia la mayor cantidad de rutinas conocidas por ellos
–aquellas que no atentaban contra la productividad- y los fui llevando sin
prisa pero sin pausa a un cambio paulatino. En el primer semestre ya pudieron
verse los buenos resultados y al final de ese período el equipo recibió un
merecido reconocimiento por parte de la empresa.
Más
interiorizada en el desafío, trabajando dentro de la organización, también
descubrí que el inconveniente no era exclusiva responsabilidad de ese jefe que
‘no podía hacerlo’. La empresa entera estaba sumida en esquemas obsoletos, por
tanto, aunque se trabajara con el área de ventas y como se trataba de una
empresa de servicios, los resultados no iban a ser suficientes si no se
producían modificaciones a escala. Para ser honesta, hacía tiempo que no veía
gente tan desorientada.
No estaban
ajenos a la problemática, de hecho jefes de distintas áreas se reunían
mensualmente para discutir temas internos que afectaban a la calidad del
servicio. Sin embargo, no avanzaban mucho más allá, se limitaban solamente a exponerlos
y aunque no aparecían soluciones claras o las propuestas no alcanzaban para
resolver los inconvenientes, estaban conformes con ese primer paso dado:
concientizar el problema. La pregunta es: ‘¿sabían cuál era el problema?’.
Cada
vez que tenía oportunidad de hablar con un directivo sobre algún área
específica, solía escuchar la misma reflexión que sobre aquel coordinador de
ventas, ‘fulana o mengano no puede hacerlo’. Considerando que el coordinador no
puede y tampoco fulano, mengana o sultana, el problema es claro: ‘Aquí no
podemos hacerlo’. O bien la empresa se dedica a contratar personal que no puede
hacer bien su gestión, o es la misma empresa la que anula las posibilidades de
sus empleados.
En este
contexto, si desde la base o los mandos medios surgen líderes natos con
capacidad de gestión hacia una nueva cultura empresarial, la cúpula del
proyecto es la que debe poner en práctica los cambios para acompañar el proceso
y alinearse con los que ‘sí pueden hacerlo’. Si no son capaces ellos mismos de
romper con el paradigma corren el riesgo de quebrar o anular nuevos talentos.
Cuando nos
enfrentamos a un cambio de paradigma tan profundo, la estrategia o nuevas
conductas deben tener un sentido vertical desde la punta de la pirámide hacia
la base, caso contrario, los cambios que puedan producirse solo serán pequeñas
brisas refrescantes con efecto residual relativo, de acuerdo a cuán enviciado
esté el aire.
Muchas
empresas en busca de una nueva cultura, no se dan cuenta que ya tienen una
peligrosamente instalada. El ‘no hacer’ por la falta de presupuesto, por los
paradigmas encarnados, por la falta de motivación o por la incompetencia; es
una cultura en sí misma que anula cualquier intento de cambio.
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