sábado, 22 de agosto de 2015

EL LECHO DE PROCUSTO





















Procusto era el mítico apodo de un posadero griego que tenía una cabaña en las colinas de la antigua Ática donde recibía huéspedes, especialmente extranjeros. Inicialmente les ofrecía una cálida bienvenida para ganar su confianza y luego procedía a llevar a cabo su ritual. ¿En qué consistía?... El extranjero desprevenido era sorprendido en la noche y amarrado a un lecho de hierro donde Procusto lo medía. Si el tamaño de su cuerpo superaba la cama, cortaba su cabeza, pies o manos para ajustarlo a la medida. Al contrario, si su cuerpo era más pequeño lo estiraba mediante cadenas y pesos amarrados a sus extremidades para adaptarlo a los límites de la cama. Cuenta la leyenda que Procusto tenía dos camas: una pequeña y otra grande, y ubicaba de antemano a sus huéspedes en las más inapropiada para aplicar la medida correctiva.

Este mito simboliza proverbialmente la acción de moldear a quienes no encajan en determinados esquemas preestablecidos. Procusto se ha definido como sinónimo de uniformidad e intolerancia a la diferencia. En nuestra sociedad actual hay muchos ejemplos cotidianos donde podemos aplicarlo. Por ejemplo, la moda preestablece determinados talles de ropa que se fabrican sobre medidas ‘estándar’ – actualmente cada vez más pequeños – en los cuales una persona con exceso de peso, o con una altura fuera del presupuesto – ya sea más bajo o más alto, más largo o más corto – no encuentra prendas que se acomoden a su cuerpo. Esto obliga a muchos a recurrir a fabricantes de talles especiales o bien, recurrir a una modista que le diseñe una prenda a medida. Tal vez, haber sido arrojados a un diseño personal es lo mejor que les pudiese ocurrir, sin embargo, el mensaje es claro: ‘los talles están diseñados para mujeres y hombres que miden lo que la moda impone’.

Pensando en un esquema organizacional que, en el transcurso de los años, ha ido forjando una cultura propia, la presencia de un extranjero puede despertar en algunos de sus integrantes el Síndrome de Procusto. Cabe aclarar que ‘extranjero’ no alude específicamente a una persona de otro país – aunque a veces las circunstancias coinciden -, sino más bien podríamos referirnos a una persona que propone nuevas soluciones que surgen de un punto de vista alternativo al conocido, encarnado y acostumbrado. Es habitual que, inicialmente, la organización viva la presencia del extranjero como una novedad y lo acoja con calidez durante el período de observación y medición. Una vez ‘etiquetado’ las reacciones varían de acuerdo a la estrechez o amplitud de cada integrante a la hora de revisar sus propios puntos de vista.

Los ‘procustianos’ más feroces perciben como amenaza cualquier sugerencia, cambio propuesto u observación realizada que provenga de una mirada distinta a la habitual. Cualquier cambio de planes, por más insignificante que sea, es considerado como un atentado a su zona conocida y reaccionan cercenando cabezas, manos o pies en el intento de amoldar al extranjero a su modalidad de gestión. ‘No pienses, no hagas, no avances’ es lo que dicen en defensa propia.

Los ‘procustianos’ no terminan de ponerse en el lugar de los demás mientras exigen a los otros que se amolden a sus zapatos. Son los que piden sinceridad y cuando la reciben se enojan. Son los que defienden pequeños espacios de poder, aún a costa de entorpecer la gestión diaria o incluso de obstaculizarla. En definitiva, son los que se creen medida de todo, anteponiendo su ego a cualquier otra necesidad individual u organizacional.



Si en el juego de roles de un equipo de trabajo le ha tocado en suerte ser el ‘extranjero’, ármese de paciencia y desarrolle sus mejores habilidades de tolerancia. Si bien los procustianos pueden llegar a ser tan violentos como el posadero griego y sus medidas correctivas terminar en derramamiento de sangre – la historia de la humanidad cuenta con lamentables y atroces ejemplos - por suerte, la gran mayoría de los procustianos que nos cruzamos en un ámbito laboral son personas asustadas. Individuos con mucho miedo a las iniciativas, capacidades o conocimientos que ellos no tienen y con grandes dificultades para enfrentar cambios o procesos de transformación. 



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